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EDITORIAL
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Número 225 / Año 2018 / Por Idelcoop

Editorial Revista 225

 

El primer sábado de julio de cada año se celebra el Día Internacional de las Cooperativas por la resolución 47/90 de diciembre de 1992 de la Asamblea General de Naciones Unidas. Esta resolución retoma aquella Esta resolución retoma aquella de 1923 de la Alianza Cooperativa Internacional.

La fecha de conmemoración de un movimiento social casi bicentenario, como cualquier efeméride, suele ser materia opinable en los relatos sobre su origen y su desarrollo. En las maneras de nombrar y describir un nacimiento y unos atributos característicos están implícitas (o no) señas de identidad. La historiografía da cuenta de que, en los relatos sobre los orígenes, los valores, los programas, las acciones y los discursos de las sociedades y sus organizaciones, hay disputas interpretativas. En la descripción sobre el cooperativismo, se definen los rasgos de un proyecto que se prolonga en el tiempo.

Dicho en otros términos: no todos y todas las cooperativistas tenemos la misma perspectiva y opinión acerca de qué entendemos por cooperativismo y, por ende, del papel que está llamado a jugar el cooperativismo en el mundo de hoy. Esto es así porque, dentro del propio movimiento cooperativo, hay una historia común y, a la vez, divergencias a menudo significativas acerca de qué significa ser cooperativista, y cuál es el vínculo y la tarea del movimiento solidario en relación a su contexto, siempre variable.

Un ejemplo de estas diferencias se dio en el año 2012, a propósito del Año Internacional de las Cooperativas impulsado por Naciones Unidas. El Secretario General de ONU, Ban Ki Moon defendía la iniciativa con estas palabras: “Con su distintivo énfasis en los valores, las cooperativas han demostrado ser un modelo empresarial versátil y viable, que puede prosperar incluso en épocas difíciles. Su éxito ha contribuido a impedir que muchas familias y comunidades caigan en la pobreza”. El lema que convocó a las cooperativas era: “Las empresas cooperativas ayudan a construir un mundo mejor”.

A la hora del pronunciamiento institucional de la Alianza Cooperativa Internacional, hubo dos documentos con matices significativos. La voz oficial de las autoridades de la ACI de entonces sugería la idea de cooperativismo como rueda de auxilio del orden mundial neoliberal. Como respuesta, la Subregión Sur de Cooperativa de las Américas, compuesta por Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela y CICOPA Américas produjo un documento titulado “Posición de la Sub Región Sur en torno al proyecto ACI ‘Plan para una Década Cooperativa’”.

En dicho documento, se advierte contra las posiciones que se proponen un cooperativismo funcional a un orden radicalmente injusto. El texto advertía: “Hoy, ante una innegable crisis del sistema imperante, pareciera surgir nuevamente la avanzada que conlleva la apropiación de nuestras virtudes como empresa y su traslación al sector de las empresas de lucro concentrador y acumulación exclusiva. Corremos el riesgo de ser nuevamente la respuesta a la insuficiencia propia de ese sector privado que intenta nutrirse de los aspectos beneficiosos que nos distinguen”.

Frente a esta perspectiva, la Sub Región Sur propone otra perspectiva, al identificar al cooperativismo como una herramienta de transformación profunda de la sociedad. Se afirma que “es de suma importancia modificar la perspectiva desde donde se miran las cooperativas; nuestra perspectiva es que seamos constructores de un mundo nuevo: eso nos va a permitir no solo ser lo suficientemente proactivos para los tiempos que corren, sino que nos permitirá profundizar el movimiento cooperativo en pos de transformar las relaciones inicuas que hoy se dan entre los seres humanos y defender las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos comunes. Nuestro objetivo debe ser luchar no solo por la democratización de las relaciones humanas sino también por la propiedad común de los medios de producción, de distribución y de intercambio entre los seres humanos. Frente a los varios sistemas políticos y socio económicos que se han desarrollado desde el siglo XIX, el cooperativismo (así como, por extensión, el resto de la economía social y solidaria) es la única construcción humana donde la gente es dueña de todo. Uno de cada siete seres humanos practicamos esta forma de economía, debemos lograr en la próxima década que por lo menos tres de cada siete estén en nuestro sector y habremos realizado un aporte fundamental para el progreso de la humanidad y la preservación del planeta. ¡TRABAJEMOS PARA QUE EL MUNDO SEA LA COOPERATIVA DE TODOS!”.

El interesante contrapunto no se plantea hoy y aquí como una rica anécdota de la historia del cooperativismo, de sus matices y debates. La recuperación de estos posicionamientos se hace en una coyuntura con algunas diferencias importantes.

La primera, de gran relevancia, es que estamos cursando el primer año de gestión de un nuevo presidente de la Alianza Cooperativa Internacional: en 2017 fue electo Ariel Guarco, de Cooperar (Confederación Cooperativa de la República Argentina), lo que expresa una posición político-institucional más asociada al documento de la Sub Región Sur de Cooperativas de las Américas en 2012.

Otra particularidad importante es que las tendencias críticas del orden planetario denunciadas en 2012 no han hecho sino empeorar en todos sus aspectos relevantes: concentración del ingreso y su contrapartida en la expansión de la pobreza; financiarización de la economía en detrimento de la producción real; continuidad de un modelo de desarrollo predador de la naturaleza; crisis cultural y política; en suma, un mundo en el que las relaciones internacionales se rigen por la ley del más fuerte.

También, por cierto, se trata de un escenario de transición en el que lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir. Queremos mencionar aquí al menos tres notas significativas de este período abierto, tal vez, con la elección de Donald Trump como nuevo presidente de EEUU. Mientras EEUU encara una política económica de cierre de fronteras y abre una impensada guerra comercial no solo con China, sino con sus más fieles socios de Occidente, la potencia oriental se consolida como primera economía mundial. Más aún, China anuncia nuevas áreas económicas transnacionales que no tienen como moneda de cambio el dólar, y concreta así un verdadero cambio de época al desplazar a la moneda estadounidense como moneda del mundo.

La geopolítica y la economía se combinan para generar un clima de fin de ciclo histórico en el cual EEUU deja de ser la primera economía, pero no cede su papel de gendarme mundial con capacidad de destruir cuatro veces el planeta Tierra.

Por su lado, en América Latina se han reactualizado debates y propuestas sobre los modelos de desarrollo. Si bien en estos años el proyecto continental de Patria Grande ha sufrido evidentes retrocesos, hay marcas valiosas, como las propuestas del “buen vivir”, que generan modelos alternativos de desarrollo, fundados en el respeto a la naturaleza y en la justicia social para fundar órdenes sociales más justos y sustentables.

Finalmente, el desarrollo técnico y tecnológico abre un inédito escenario en el que la humanidad puede ser liberada del trabajo manual pesado y repetitivo. Tal progreso habilita una pregunta fundamental: ¿quién o quiénes se beneficiarán de este proceso? ¿Serán acaso las élites actuales o será posible reformular relaciones sociales que aseguren condiciones de vida dignas y seguras para la totalidad del género humano?

En 2013, asumió Francisco como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, y desde su lugar no ha cesado de cuestionar un orden mundial que genera una novedosa y trágica dinámica social de “descarte”.

El Papa advierte sin eufemismos: “Hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del ‘descarte’ que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’”.

En suma, resulta claro que el mundo está atravesando una violenta transición, un fin de época cuya conclusión no parece muy lejano pero cuya orientación y direccionalidad no tiene aún definiciones claras. El mundo dejará de ser lo que fue en el siglo XX y en lo que va del XXI, para dar lugar a otro que bien puede profundizar injusticias e inequidades, y arrimar nuevas desdichas al género humano y riesgos incalculables para la continuidad de la vida. O bien puede, por el contrario, superar las calamidades del neoliberalismo hoy dominante, para construir una sociedad muy diferente a la actual.

Hablamos, pues, de un momento histórico de cambios en curso en los cuales el cooperativismo tiene algo para decir, algo para mostrar y algo para hacer.

En octubre de este año se realiza la V Cumbre Cooperativa de las Américas, la Asamblea Regional y la Asamblea de la ACI. La convocatoria nos interpela desde su mismo título: “El cooperativismo en la hora de los desafíos globales”. Es la primera gran actividad bajo la presidencia de Ariel Guarco, que abrirá un posicionamiento frente a un mundo que debe cambiar y que está cambiando.

En este número, combinamos la visibilización de experiencias económicas de la economía solidaria, social y cooperativa con el rescate de nuestros fundadores. Los tópicos recorren diferentes territorios: la normativa, la política pública, elementos identitarios y subjetivos, formatos organizacionales.

Entendemos que avanzamos así en la contribución que se espera de un instrumento de difusión y comunicación como lo es nuestra revista. Aspiramos a que sus textos contribuyan a la comprensión de una realidad compleja y en desarrollo en la que conviven elementos preocupantes con otros esperanzadores.

Nuestra perspectiva ético-política y epistemológica nos lleva a ver la totalidad social e histórica como un campo de disputa, una escuela, un lugar de conquistas y construcciones. Esa visión dialéctica se realiza al efecto no solo de promover conocimientos rigurosos y pertinentes, sino, además, de proveer insumos para transformar un escenario esencialmente injusto. Para su cambio en un sentido emancipador, conocer lo desconocido, visibilizar lo invisibilizado, recuperar nuestras raíces y proyectar nuestra identidad como asignatura pendiente es parte de la labor editorial y cultural de Revista Idelcoop.

Son ahora los lectores y las lectoras quienes tienen la palabra frente a nuestra pretensión de hacer un aporte rico para la batalla de ideas y a la construcción de un mundo más justo y solidario.