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EXPERIENCIAS Y PRÁCTICAS
Si no somos nosotras… entonces ¿quiénes? Sobre el “Preencuentro de mujeres e identidades femeninas cooperativistas hacia Chaco 2017
Número 225 / Año 2018 / Por López, Ana Laura - Aguilar, Paula Lucía - Kasparian, Denise - Villafañe, Julia - Ramos, Gabriela - Boronat, Violeta - Gaitán, Marta - Mutuberría Lazarini, Valeria - Nacht, Gabriela
En septiembre de 2017, se realizó en el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” un “Preencuentro de mujeres e identidades femeninas cooperativistas” de cara al Encuentro Nacional de Mujeres que se organizó al mes siguiente en la Ciudad de Resistencia, Chaco. El evento, promovido por el mismo CCC junto con el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos e Idelcoop, Fundación de Educación Cooperativa, contó con la presencia de más de cien asistentes vinculadas al mundo de la economía social y solidaria, entre asociadas de cooperativas de trabajo, servicios y crédito, empleadas de cooperativas y federaciones, investigadoras y docentes. En este artículo, se cuenta el origen de la iniciativa, su organización y desarrollo, así como los debates que se llevaron a cabo. El artículo también esboza los modos en que la coyuntura política y económica atravesó la experiencia, al considerar el pasado y el presente del movimiento de mujeres en Argentina y el mundo.
Abstract If not us, then... who? About the “Pre-meeting of women and co-operative feminine identities: in preparation for Chaco 2017” In September 2017, a “Pre-meeting of women and co-operative feminine identities” was held at the Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” (Floreal Gorini Cooperative Cultural Center) in occasion of the National Meeting of Women that was organized the following month in the Argentine city of Resistencia, Chaco. The event, promoted by the CCC itself, together with the Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (Cooperative Funds Mobilizing Institute) and Idelcoop, Cooperative Education Foundation, received more than one hundred attendees linked to the world of social and solidarity economy, among members of work, services and credit co-operatives, cooperative and federation employees, researchers and teachers. This article talks about the origin of the initiative, its organization and development, and the debates that took place. It also outlines the ways in which the political and economic situation affected the experience, considering the past and the present of the women's movement in Argentina and the world.
Se não formos nós… então ¿Quem? Sobre o “Pré-encontro de mulheres e identidades Femininas Cooperativistas para o Chaco 2017” Em setembro de 2017 aconteceu no Centro Cultural da Cooperação “Floreal Gorini” um “Pré-encontro de mulheres e identidades Femininas Cooperativistas”. De fronte a esse Encontro Nacional de Mulheres que, no mês seguinte, teria de ser realizado na Cidade de Resistencia, Província de Chaco, houve um acontecimento promovido pelo próprio CCC, o Instituto Mobilizador de Fundos Cooperativos, a Idelcoop e a Fundação de Educação Cooperativa com a presença de cem assistentes a mais, vinculados ao universo da Economia Social e Solidária. Dentre eles tiveram destaque associadas das Cooperativas de Trabalho, Serviços e Crédito, Empregadas de Cooperativas e Federações, Pesquisadoras e professores. No presente artigo se fala sobre a origem da iniciativa, sua organização e desenvolvimento, como assim também, dos debates realizados. Nele se fez, também, um rascunho sobre os modos em que a conjuntura política e econômica, considerando o passado e o presente do Movimento de Mulheres na Argentina e no mundo todo, atravessou àquela experiência.

Si no somos nosotras… entonces ¿quiénes?

Sobre el “Preencuentro de mujeres e identidades femeninas cooperativistas hacia Chaco 2017”

 

Ana Laura López,[1] Paula Lucía Aguilar,[2] Denise Kasparian,[3] Julia Villafañe,[4] Gabriela A. Ramos,[5] Violeta Boronat Pont,[6] Marta Gaitán,[7] Valeria Mutuberría Lazarini,[8] Gabriela Nacht[9]

 

Resumen

En septiembre de 2017, se realizó en el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” un “Preencuentro de mujeres e identidades femeninas cooperativistas” de cara al Encuentro Nacional de Mujeres que se organizó al mes siguiente en la Ciudad de Resistencia, Chaco. El evento, promovido por el mismo CCC junto con el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos e Idelcoop, Fundación de Educación Cooperativa, contó con la presencia de más de cien asistentes vinculadas al mundo de la economía social y solidaria, entre asociadas de cooperativas de trabajo, servicios y crédito, empleadas de cooperativas y federaciones, investigadoras y docentes. En este artículo, se cuenta el origen de la iniciativa, su organización y desarrollo, así como los debates que se llevaron a cabo. El artículo también esboza los modos en que la coyuntura política y económica atravesó la experiencia, al considerar el pasado y el presente del movimiento de mujeres en Argentina y el mundo.

 

Palabras clave: mujeres, identidades femeninas, cooperativismo, economía social, géneros

 

[La sororidad] es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer.

Marcela Lagarde

 

Introducción

El “Preencuentro de mujeres e identidades femeninas cooperativistas hacia Chaco 2017” se realizó el 30 de septiembre en el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”, ubicado en la Ciudad de Buenos Aires. Fue motorizado por el Espacio de Géneros y el Departamento de Economía Social, Cooperativismo y Autogestión del propio CCC, la Secretaría de Género del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (IMFC) y la Fundación de Educación Cooperativa Idelcoop. Durante toda una jornada, más de cien asistentes vinculadas al mundo de la economía social y solidaria –entre asociadas de cooperativas de trabajo, servicios y crédito, trabajadoras de entidades cooperativas y federaciones, investigadoras y docentes– debatimos, nos re-conocimos, nos abrazamos, compartimos nuestras vivencias, discutimos, problematizamos, bailamos y esbozamos caminos para seguir andando. En este artículo, nos proponemos sistematizar y compartir algo de lo allí vivido, al partir de la coyuntura política y económica que atravesó la experiencia, y considerar el pasado y el presente del movimiento de mujeres en Argentina y el mundo.

 

Trabajadoras somos todas

Desde los últimos años, se vive una intensificación de los feminismos en todo el mundo. El 8 de marzo de 2017, en el día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, se realizó el primer Paro Mundial de Mujeres, con enormes movilizaciones en todo el planeta. Y –si después de semejante acontecimiento todavía quedaba alguna duda– el segundo paro internacional, organizado el 8 de marzo de 2018, ratificó la fortaleza y el empuje de esta reemergencia del movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans.

¿Por qué ahora? Vivimos tiempos de avance voraz de un sistema global que tiene en su centro la acumulación de capital, la mercantilización de la vida y la explotación de la naturaleza a ultranza, que activamente produce desigualdad y concentración brutal de la riqueza, a la vez que desvaloriza a las personas y las deshumaniza al reducirlas a segmentos de consumo por clase, género, grupo etáreo y otras categorías útiles a los requerimientos del mercado. Las mujeres nos vemos desigualmente afectadas, porque –dado el paradigma patriarcal hegemónico– cargamos con el peso cada vez mayor de sostener la vida, a través del ingente trabajo de cuidado que de modo gratuito e invisibilizado recae sobre nosotras. Efectivamente, la mayor parte del trabajo que realizamos las mujeres no es reconocido como tal, y por lo tanto no es remunerado. Se trata de actividades que hacen a la “economía de cuidado”, y sostienen cotidianamente todo el sistema económico. En el mundo urbano, esta implica desde la limpieza de la casa hasta las múltiples formas de atención y cuidado de niños, niñas y adultos dependientes. En el llamado “tercer sector” o sector de la economía comunitaria, también predomina el trabajo gratuito que realizan las mujeres para sostener la vida de las personas y la comunidad.

Por esta sobrecarga de tareas “reproductivas” no remuneradas, las mujeres ven obstaculizado su acceso a un empleo formal. Según la ONU Mujeres, un 47,1% de las mujeres acceden al mercado de trabajo, mientras que los varones lo hacen en un 72,2%. La discriminación para con personas trans y travestis es más extrema: la dificultad para acceder a una ocupación formal se origina antes en los impedimentos sufridos para entrar y permanecer en el sistema educativo formal. Además, las mujeres, en promedio, percibimos entre el 60% y el 75% de los ingresos que reciben los varones, y estamos sobrerrepresentadas en la población desempleada, así como en los oficios de menor status, más precarizados y peor remunerados. Los efectos económicos son evidentes en los números globales de creciente feminización de la pobreza. La subrepresentación de las mujeres en los ámbitos sindicales, como también en otros espacios de toma de decisiones y de negociaciones colectivas, complica el panorama.

En este marco, puede entenderse que las medidas de fuerza más grandes hayan sido los “paros”, los cuales pusieron sobre la mesa que la desigualdad de género es también una forma de explotación económica. Y así también puede notarse que el nuevo impulso de las cuestiones de género no se debe a una moda ni a una supuesta “modernización” cultural, sino a la resistencia colectiva y organizada de quienes nos vemos más afectadas por esta coyuntura. El feminismo emerge transversalmente en todos lados donde la vida se ve atacada, y a la vez muestra la capacidad de articular acciones globales, al abrir posibilidades de resistencia y organización admirables y esperanzadoras.

Esa fuerza arrolladora e imparable se debe sin duda a la voluntad política de todas las militantes y activistas que se mueven y articulan desde los más diversos puntos del planeta. Y puede explicarse también por la naturaleza de la problemática que buscan resolver, porque las cuestiones de género abarcan lo que sucede en cada ámbito de nuestra existencia, de modo personal y social. Atraviesan lo que sucede en la calle, en el trabajo, en la casa –tanto en el living y en la cocina, como en la cama–, en el Congreso nacional, en la macroeconomía y en los flujos del mercado mundial, en el club del barrio, en el baile del fin de semana y en el diálogo con los compañeros de trabajo. También, en el momento en que estamos solas y solos, cuando nos miramos al espejo y en el modo en que miramos ese cuerpo, en los parámetros de belleza y de salud. Esta transversalidad, y hasta podríamos decir omnipresencia de las cuestiones de género (característica que comparte con la cuestión colonial y de clase, lo que confirma una tríada que configura todas las tramas de la injusticia y la desigualdad), le da una potencialidad transformadora absoluta. No hay resquicio de nuestra sociedad que quede afuera de estas cuestiones.

En particular, nuestro país no está exento de este proceso económico global de concentración y ataque a la vida. En los últimos dos años, el problema se viene agravando a causa de las políticas llevadas a cabo desde el Gobierno nacional. Estamos atravesando un proceso de pérdida y puesta en peligro de derechos, que no solo implica “recortes” presupuestarios, sino también busca operar transformaciones regresivas en ciertos acuerdos básicos de sentido común y en imaginarios sociales. También aquí vemos que aumenta la feminización de la pobreza y, por lo tanto, la vulnerabilidad de las mujeres frente a todo tipo de violencias. Las estadísticas de femicidios –que son la punta del iceberg de la violencia de género– siguen creciendo de manera desfavorable, mientras las políticas públicas destinadas a la prevención, ayuda y contención están en retirada.

Ante todo esto –una vez más–, las mujeres, las lesbianas, las trans y las travestis tomamos las riendas. En Argentina, se multiplicaron los espacios de debate, organización y acción popular que llevaron a la realización de multitudinarias y plurales marchas en las calles de cada ciudad y pueblo. A partir del surgimiento del movimiento “Ni una menos”, las movilizaciones de mujeres comenzaron a tener más impacto en el espacio público y político, en un marco de ampliación de derechos que tuvo, durante el período 2003-2015, expresiones en materia de política pública en lo económico, en lo político y en lo normativo. La chispa prendió con una masiva convocatoria a la protesta el 3 de junio de 2015 y luego fue adoptando formas de organización horizontal en donde, por medio de asambleas, se deciden otras acciones. Desde entonces, se logró instalar el tema en los medios de comunicación y en la opinión pública. Femicidios, acoso callejero, violaciones, acoso laboral, violencia económica, desigual reparto de las tareas de cuidado, feminización de la pobreza, aborto, educación sexual integral son algunos de los temas que se comenzaron a colar en la agenda.

El movimiento fue desplegándose luego en un proceso hostil de restauración conservadora, iniciado en 2016 y todavía vigente. Y participó de los paros internacionales mencionados, organizados en aquellas mismas asambleas. La consigna principal que los sostuvo habla por sí sola: “Trabajadoras somos todas”, pero también son elocuentes los cantitos que allí emergieron, y que dan cuenta del impulso protagónico del movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis no solo para llevar adelante las reivindicaciones de género, sino para plantar resistencia a la ofensiva neoliberal y conservadora. Por ejemplo, el que decía: “Sí se puede, sí se puede hacerle un paro a Macri, se lo hicimos las mujeres”.

En 2018, ocurrió otro quiebre histórico cuando se logró que la séptima vez que la “Campaña nacional por el aborto legal seguro y gratuito”[10] presentaba su proyecto de ley, se debatiera en el Congreso nacional la interrupción voluntaria del embarazo. Para el momento en que escribimos estas líneas, el proyecto fue aprobado por las diputadas y los diputados nacionales y espera su tratamiento en el Senado. La propia movilización del 13J, día de su tratamiento en la Cámara baja fue algo absolutamente inédito y marcó un punto de no retorno.

 

Encuentro Nacional de Mujeres

Pero nuestra historia no empieza en el 2015. Nos preceden centenarias tradiciones y muchos años de lucha, de búsquedas, de colarse por los intersticios de la vida social, siempre desde abajo y a contrapelo del orden imperante. Y, especialmente, nos preceden 33 encuentros nacionales de mujeres (ENM), fenómeno único en el mundo, y corazón del feminismo en Argentina, que está siempre latiendo, que está siempre manteniendo vivo el fuego e irradiando. De aquí también se nutren los colectivos emergentes que asumen hoy el desafío de (re)construirse al aprender en círculo, con horizontalidad, mientras se difunde y masifica con mil matices la mirada feminista. De aquí también nos nutrimos nosotras, las mujeres cooperativistas que estamos en proceso de reflexión y revisión, de romper la barrera de lo público y lo privado, lo político y personal.

 

En 1985 un grupo de mujeres argentinas participó en la Clausura de la Década de la Mujer en Kenia, África. Cuando regresaron, pensaron en la necesidad de autoconvocarse para tratar la problemática específica de las mujeres en nuestro país, donde al igual que en el resto del mundo sufrimos una marcada discriminación en el rol que tenemos en la sociedad.

Así, en 1986 empezaron los encuentros en nuestro país y desde ahí no pararon. Cada año son más masivos y exitosos. En el primero éramos cerca de mil mujeres, hoy en el 32° Encuentro Nacional de Mujeres en Chaco participamos 70.000.

La modalidad del Encuentro Nacional de Mujeres es única en el mundo, y eso permite que cada año nos sumemos de a miles: es autoconvocado, horizontal, federal, autofinanciado, plural y profundamente democrático.

Cada año, al encontrarnos intercambiamos nuestras vidas, nuestras experiencias y convertimos problemas que parecen individuales en un problema de todas. Eso nos ayuda a encontrar los caminos para resolver nuestros sufrimientos. En el encuentro también expresamos nuestras luchas, la que damos en la fábrica, la casa, el barrio, el campo, la escuela, la facultad, la ciudad, etc.[11]

 

Cada ENM se estructura con un acto de apertura el primer día en el que se lee un documento elaborado colectivamente, que da cuenta del contexto, plantea demandas y expresa consignas generales. Luego, se inician los talleres temáticos simultáneos. Por la tarde y noche hay actividades artísticas y culturales. En el segundo día de trabajo, se da continuidad a los talleres y por la tarde se redactan las conclusiones de cada uno, para luego marchar por las calles de la ciudad sede. En el tercer día, se realiza el plenario de cierre, se elige la sede del año siguiente y se leen las conclusiones de todos los talleres.

La organización horizontal convierte al ENM en un hecho político emancipador y pedagógico. Desde los espacios de debate, se de mujeres, que deja cada año un mejor saldo organizativo.

 

La “pata” cooperativista del movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis

Las cooperativistas desde hace tiempo somos parte activa del movimiento de mujeres en nuestro país, en los últimos tiempos del “Ni una menos” –con presencia en las asambleas, marchas y demás convocatorias– en los paros internacionales y, anteriormente, a través de los encuentros nacionales de mujeres (ENM). La economía social y solidaria y el mundo del trabajo son ejes transversales en estos encuentros y son abordados también mediante talleres específicos bajo el paraguas de mujeres y trabajo, autogestión, economía popular y cooperativas. En esos talleres específicos, nos encontramos muchas asociadas de cooperativas, trabajadoras de cooperativas u otras experiencias, nucleadas en partidos políticos, académicas, sindicalistas, comunicadoras, recicladoras, docentes, referentes de organizaciones sociales, de diferentes edades y lugares. Es decir, todas las que desde nuestra identidad de trabajadoras, militantes, docentes o investigadoras somos parte de las muy diversas expresiones de la economía popular, social y solidaria. Tendemos puentes y construimos lenguajes comunes como en ningún otro lugar, analizamos la coyuntura política que nos afecta y buscamos intercambiar miradas y recursos para resolver nuestros problemas específicos. Una sistematización de esa experiencia fue publicada en esta misma revista el año pasado.[12]

El movimiento cooperativo nucleado en el IMFC, desde siempre con vocación transformadora, desarrolla un ejercicio colectivo permanente que promueve la participación, que habilita la capacidad de pensarse, de revisar los propios procedimientos y prácticas, de aceptar el tiempo colectivo para el tratamiento de los conflictos. En este sentido, la problemática de género se viene trabajando desde hace tiempo, en diversas instancias y ocasiones (esta misma revista, desde su primer año de vida a mediados de la década del 70, ha publicado intervenciones en la temática, y fue la primera en lanzar una convocatoria a un concurso de ensayos sobre “La mujer en la sociedad contemporánea”, “La labor de la mujer para el logro de la seguridad y la paz duradera” y “Participación de la mujer en la actividad cooperativa”).[13] Cualquier enumeración de acciones resultaría incompleta y, por lo tanto, injusta para con el conjunto del movimiento y para con las compañeras y los compañeros que especialmente asumieron la bandera de la igualdad de género como una necesidad y responsabilidad.

Sí nos interesa destacar aquí algunos pasos dados en los últimos años en procesos de institucionalización creciente sobre la temática y en actividades e iniciativas específicas. Marca un punto de inflexión la creación de la Secretaría de Género del IMFC en el año 2013. Desde allí se promovieron encuentros entre las integrantes de las distintas cooperativas nucleadas en el Instituto, como el realizado en Córdoba en 2014, en el cual se elaboraron criterios generales de acción. Se institucionalizó así un área para trabajar nuestro ideario cooperativo, con perspectiva de géneros. También se comenzó a coordinar la participación en los subsiguientes encuentros nacionales de mujeres. La ya mencionada sistematización de esas experiencias, publicada aquí mismo, fue de por sí un paso importante. Asimismo, se incorporó, al programa radial institucional “Desde la gente”, la sección semanal “Visión de géneros” enriquecida por los aportes de compañeras de la Secretaría semana a semana. De la misma manera, desde aquí se comenzó a integrar el Comité por la Equidad de Género de la Confederación Cooperativa de la República Argentina (Cooperar). Y desde ya merece una mención especial la promoción del “Pacto cooperativo por la no violencia de género”, impulsado por Cooperar, con activa participación del IMFC. Nos explayaremos más abajo sobre este ítem.

Otro paso adelante ha sido la conformación del Espacio de Géneros del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”, que trabaja de forma transversal con las otras 24 áreas y departamentos del CCC, motoriza la producción conceptual en la materia y coordina las articulaciones institucionales con otras organizaciones sociales y políticas. La incorporación en 2014 de la mirada de géneros como eje transversal en la Revista Idelcoop fue también una decisión importante que implicó desde entonces el compromiso de publicar sobre la problemática, visibilizar autoras, así como de promover el uso de lenguaje no sexista.

También cabe aludir al colectivo de “Mujeres con megáfono”, integrado por mujeres cooperativistas y trabajadoras de espacios vinculados al IMFC, el Centro Cultural de la Cooperación, la Fundación de Educación Cooperativa Idelcoop, la Revista Acción y la Federación Argentina de Entidades Solidarias de Salud (FAESS). Nacidas como colectivo al calor de la organización del primer paro mundial del 8 de marzo de 2017, es sin duda un emergente de las nuevas fuerzas y redes que trajo consigo el movimiento de mujeres de los últimos años. Se trata de un espacio de encuentro, reflexión, autoformación y difusión, dedicado a promover debates y acciones diversas en el ámbito laboral e institucional entre diversas identidades femeninas y con los compañeros varones de los distintos espacios de trabajo, jefes y colegas. Este colectivo autogenerado también hace sinergia con los espacios institucionalizados en la generación de actividades que van más allá de las fronteras de las instituciones mencionadas, hacia otras mujeres cooperativistas y con quienes transitan y habitan la zona cercana al Centro Cultural de la Cooperación.

Vale incluir aquí también la organización de una jornada sobre economía social y géneros, articulada desde el Espacio de Géneros del CCC con el Departamento de Economía Social, Cooperativismo y Autogestión del CCC e Idelcoop, en coordinación con la Fundación Ebert, la Red de Cooperativas Mandarinas y el Espacio de Economía Feminista de la Sociedad de Economía Crítica. El evento cerró con la participación de una representante de las Mujeres del Kurdistán, Azize Aslan, quien expuso sobre las experiencias que allí se vienen construyendo.

Finalmente, es necesario decir que cada una de las trayectorias y vivencias de las compañeras que nos identificamos de una u otra forma con el movimiento cooperativo nucleado en el IMFC han sido y son pilares de las acciones que como mujeres cooperativistas estamos llevando a cabo. Trabajadoras, militantes, curiosas de nuestro movimiento que –conocidas desde hace muchos años– nos fuimos encontrando en los últimos tiempos para abordar de manera conjunta los temas y los desafíos vinculados a géneros, identidades femeninas e identidades LGTTBIQ. Y con la intención de fortalecer todas las redes, consolidar lo construido y seguir avanzando es que motorizamos la realización del “Preencuentro de mujeres e identidades femeninas cooperativistas” en septiembre de 2017.

 

El armado del preencuentro

Todo lo escrito hasta aquí ha sido un intento de trazar la diversidad de líneas que confluyeron en el origen y armado del preencuentro. El mismo se explica, efectivamente, en el marco del movimiento mundial de mujeres, y también del movimiento feminista en Argentina, que muestra una acentuada característica de oposición a las políticas neoliberal-conservadoras que se despliegan hoy en nuestro país. De hecho, el preencuentro se enmarcó en un año difícil para la coyuntura nacional, que afectó especialmente el funcionamiento de las cooperativas y, como suele ocurrir en las crisis, dentro de ellas a las mujeres. Se partió de una base común: la necesidad de encontrarnos para pensar estrategias que permitieran campear estos tiempos difíciles de giro a la derecha local y trasnacional.

También se hizo presente, tanto en el armado de la propuesta como en su propia realización, el desarrollo normativo que ha tenido nuestro país en el período 2003-2015 en cuestiones de géneros. Asuntos tales como la identidad de género autopercibida, la identificación de diferentes tipos y modalidades de violencia contra las mujeres, el respeto por las infancias trans y la educación sexual integral son algunos ejemplos de los logros en los modos de decir, de regular, de legalizar y de legitimar cuestiones históricamente negadas.

Pero el preencuentro también emerge como una respuesta organizada frente a las lógicas patriarcales que trascienden el contexto actual, y que reproducen violencia y desigualdad en los medios de comunicación, en las instituciones, en el régimen legal y de justicia, en el arte, y en tantos otros lugares. Esas lógicas también llegan como naturalizadas a nuestros espacios de trabajo y militancia cooperativa, y han sobrevivido de una manera velada o explícita. Pero hoy sabemos que ya no podemos ni debemos avalarlas.

En este sentido, desde el principio nos sentimos parte de un movimiento más grande y más amplio en el espacio y en el tiempo, y asumimos que estábamos tomando una posta. El mismo Encuentro Nacional es un faro que miramos, y valoramos, y de ahí el nombre de la actividad, claramente vinculado con los ENM. Pero, si trascendemos incluso el propio Encuentro Nacional, identificamos que como movimiento de mujeres seguíamos un camino iniciado antes por las anarquistas, las comunistas y las socialistas de principios de siglo XX; las peronistas que protagonizaron la conquista del voto femenino de la mano de Eva en 1947; las militantes de la década del 60 y 70, especialmente perseguidas por ser mujeres; las trans y las travestis que en los años 90 salieron a la calle en la Ciudad de Buenos Aires para resistir los edictos policiales.

Las diferentes expresiones del movimiento de mujeres han sido referencias para nosotras en un sentido político, emocional, reflexivo y, a la vez, eminentemente práctico. Por ejemplo, la idea de “El Encuentro somos todas” nos inspiró en las reuniones para que tuvieran cabida los aportes de cada una, aun cuando parecieran divergentes. Identificar las salas con nombres de mujeres luchadoras también reflejó la intención de construir activamente memoria en este sentido. Los nombres fueron: Milagro Sala, Lohana Berkins, Alfonsina Storni, Manuela Sáenz, Juana Azurduy y Mercedes Sosa. Además, en la misma organización del preencuentro nos reencontramos con mujeres de nuestro propio espacio que habían llevado desde hace décadas esta bandera: fue el caso de Ana María Ramb, cuyos textos utilizamos en las intervenciones del edificio que realizamos el mismo día de la actividad. El momento final de la jornada de la mano de compañeras tamborileras de La Cumparsa de Munro hizo resonar con su candombe nuestras raíces africanas, y nos remitió a una estructura social construida sobre el colonialismo y la esclavitud y, asimismo, a nuestra voluntad descolonizadora. Finalmente, el preencuentro tuvo como referencia a las madres y abuelas de Plaza de Mayo, a sus crianzas, a la potencia de la lucha sostenida, a su capacidad para hacer de lo personal una acción colectiva de resistencia contra el poder instituido y opresor del Estado patriarcal, que se tomó la potestad de decidir sobre nuestros cuerpos. A través de todas y cada una de ellas quisimos visibilizar una serie de valores y compromisos, y así homenajearlas, para ampliar nuestros saberes (los de cada una, los de todas) sobre tantas mujeres invisibilizadas.

Con el ENM como faro, apostamos también a enriquecer desde nuestra especificidad los debates que se dan allí en los talleres específicos, al juntarnos como cooperativistas. Pues como cooperativistas también sufrimos una coyuntura en la que nuestros derechos se encuentran vulnerados y habitamos espacios de trabajo que se ven amedrentados por políticas de ajuste y exclusión. El contexto político también coloca a las organizaciones populares como un espacio necesario e ineludible de construcción, por lo que la voluntad de activar políticamente desde nuestro movimiento social fue también una característica propia del trabajo realizado. Especialmente desde nuestra concepción del cooperativismo transformador, entendemos que el cooperativismo no es solo una forma de organizar una actividad económica, sino que es además una forma de vida, una concepción del mundo, y sobre todo una herramienta para la transformación social. No por casualidad las entidades solidarias son cajas de resonancia y ámbito amigable para mujeres e identidades de género no binarias porque muchas veces son la contención económica y laboral de un mercado que les excluye por su identidad autopercibida o por estar en edades reproductivas o de adultez mayor (u otros criterios de exclusión).

El preencuentro se inscribió también en la búsqueda de una identidad que nos amalgame en estos tiempos y nos abra las puertas a nuevas aristas de nosotras mismas, al aunar los debates que se venían dando de modo disperso en distintas entidades de la economía social y Solidaria. Al alimentar en este panorama la emergencia de una voz colectiva de las mujeres e identidades femeninas cooperativistas, nos situamos históricamente y nos construimos como protagonistas de un nuevo rol social, al posicionarnos contra el ajuste, la explotación, la meritocracia y la voracidad de acumulación. Y, sobre todo, consideramos la necesidad de generar un espacio para revisar colectivamente nuestras prácticas, desde esta renovada perspectiva. Al sabernos parte de unos colectivos más grandes, dentro de la economía, de la política y del movimiento feminista, nos encontramos para trabajar alrededor de nuestras dificultades en los espacios de trabajo, de las limitaciones existentes y de las potencialidades del cooperativismo como forma de organización propicia para el autoaprendizaje. Con el objetivo de pensar en colectivo, nos pronunciamos y actuamos para incidir y aportar a la transformación de nuestras entidades, apostamos a una convocatoria diversa (asociadas de cooperativas de trabajo y de consumo, empleadas de cooperativas de consumo, investigadoras universitarias, militantes cooperativistas de diversa índole) y recuperamos una vez más el espíritu de la principal consigna del Encuentro, mencionada más arriba: “El Encuentro somos todas”. La paráfrasis que utilizamos fue: “El movimiento cooperativo somos todas”.

Desde ahí consideramos la necesidad de generar un espacio integrado exclusivamente por mujeres e identidades femeninas para escucharnos y compartir opiniones e ideas, así como para construir argumentos y discursos que nos pertrechen para nuestro andar. Confiamos en los lazos de confianza y solidaridad que se generan en los espacios de mujeres, que pueden dar lugar a grandes transformaciones. Pues allí también podemos hablar sin tapujos de nuestras particularidades, y reconocer en las otras experiencias dudas, miedos y saberes compartidos. Así fuimos visibilizando lo que cotidianamente parece estar vedado a nuestros propios ojos, y abrimos un espacio muy cuidado para que emerja una voz históricamente silenciada, sordinada o de mil formas deslegitimada: nuestra voz en tanto mujeres. En algún punto, podría decirse que se trata de un modo de reconstruir desde la voz de las identidades femeninas (o el nombre que sea conveniente atribuirle) una historia y un presente, que no anula al otro. La exclusividad de la voz implicaría un modo de suspensión del status quo que no tiene como supuesto la anulación de quienes no participan, sino dar cauce a quienes sí hemos sido anuladas por los parámetros patriarcales.

Desde el principio, surgió también la necesidad de hacer explícita la noción de “mujeres e identidades femeninas”: porque queremos que haya lugar para todas las formas, contornos y modalidades femeninas, de la misma forma que queremos abonar a una sociedad que se enriquezca con la diversidad de todes. La idea es integrar las diversas reivindicaciones de mujeres y de todo el colectivo LGTTBIQ, para salir de una conceptualización binarista de los géneros. Apuntamos a pensar el género como algo fundamentalmente autopercibido y, asimismo, variable. Sin embargo, hay que decir que la participación de los colectivos trans y travesti –que fue un objetivo acentuadamente definido– no fue la que esperábamos. Evidentemente, para el preencuentro de 2018 y demás actividades, tendremos que revisar la convocatoria y, más allá de esta situación puntual, es claro que en este punto nos queda mucho más por recorrer.

 

Dinámicas de organización y trabajo. Nuevos espacios de encuentro transversales

La dinámica de organización del preencuentro merece un parágrafo aparte, pues allí mismo hubo aprendizajes colectivos en acción, y acciones colectivas para el aprendizaje que no son casuales, sino que hacen a las lógicas de acción y construcción feminista, y de las que bien podría aprender el resto del campo popular. En primer lugar, convivieron en el preencuentro dos cuestiones: tanto la convocatoria, como las destinatarias de la misma, apelaron a y desde formas nuevas, horizontales y también las institucionales existentes. La combinación de ambas estrategias le imprimió un tono particularmente potente a la organización.

Por un lado, entonces, aspiramos a incluir a todas las integrantes de las entidades que organizamos el preencuentro, cualquiera sea su recorrido y función institucional. La posibilidad de reconocernos como mujeres-trabajadoras-cooperativistas fue una propuesta innovadora que nos ayudó a reconocernos en una identidad compleja, que nos abrió a posibilidades de repensar en conjunto y como iguales. Dada la cultura patriarcal que atraviesa nuestra sociedad toda –incluidos los organigramas de nuestras entidades–, la exploración de nuevas formas de encuentro y organización fue necesaria para encontrarnos en sororidad y construir intereses comunes como mujeres para motorizar la acción. Al mismo tiempo, decidimos convocar a la actividad desde los espacios institucionales existentes, como una forma de hacer valer los lugares que todas y cada una de nosotras ocupa en nuestra propia organización y a la vez valernos de los recursos institucionales disponibles. De igual forma, porque creemos en la potencialidad transformadora de las organizaciones que integramos, y desde allí apostamos a comprometerlas en la actividad, en coherencia con los principios, valores y trayectorias que las caracterizan. En este sentido, fue clave la confianza hacia nuestro movimiento que –digámoslo– tiene una predominancia masculina en los órganos de conducción, pero sabíamos del respeto al espacio y a la construcción que estábamos haciendo.

Por otro lado, también cabe notar la premura, agilidad y eficacia con que se organizaron las acciones, porque se trata de la eficiencia que puede tener la acción democrática y horizontal, a la vez anclada en resortes institucionalizados. La dinámica se basó en reuniones periódicas, memorias exhaustivas y decisiones colectivas que abarcaron desde el enfoque conceptual hasta el detalle operativo, y pasó por las consignas de trabajo.

El grupo de trabajo –heterogéneo– centró el objetivo en la tarea y subrayó la necesidad de no homogeneizar la pluralidad de tensiones, contradicciones y conflictos que nos habitan en el quehacer cotidiano. Al construir en la diversidad, pensamos dinámicas para propiciar la multiplicidad de formas de participar de las coorganizadoras. El modo en que distribuimos las tareas apuntó a distintas formas de interpelarnos e implicarnos. Como resultado, fue notable la responsabilidad de cada una en la tarea con la que se había comprometido, así como el cuidado hasta el detalle que se tuvo de cada compañera que asistió al preencuentro. Avanzamos, desde la misma vivencia, en el aprendizaje de la sororidad y de una ética feminista del cuidado. En síntesis, la misma experiencia de armado del preencuentro fue innovadora, y percibimos que abrió un camino a seguir explorando, engarzado con otras prácticas emergentes que se dieron en nuestra organización al calor del 8M de 2017.

 

Las actividades durante la jornada de preencuentro

La tan esperada jornada llegó finalmente, y reunió a más de cien cooperativistas entre trabajadoras autogestionadas, asociadas de cooperativas de servicios, empleadas de cooperativas y federaciones, investigadoras y docentes de colegios y universidades, de distintos puntos del país. Y, tomando en cuenta propuestas de la educación popular y siguiendo la línea de la pedagogía feminista, consistió en una serie variada de actividades como debates, relatos de experiencias, juegos cooperativos, canto, baile y producción plástica y escénica para sistematizar lo puesto en común. Al propiciarse un ámbito de confianza y respeto amoroso, recurrimos a una heterogeneidad de lenguajes que fueron desde el artístico hasta el argumental, en esa búsqueda de involucrarnos desde el cuerpo y las emociones y generar espacios compartidos para que la palabra circule y se expanda, y se expresen quienes habitualmente no hablan en público. Lo cierto es que se creó un clima de sororidad, acompañamiento y escucha que, si bien era un objetivo, podría no haberse logrado. Esto fue destacado por las participantes en distintos momentos del encuentro.

Así compartimos y problematizamos vivencias vinculadas al cooperativismo y a la autogestión. Y en ese torbellino de ideas y debates, nos preguntamos por el aporte que el feminismo puede hacerle al movimiento cooperativo, y viceversa. Abordamos las dificultades con que nos encontramos como mujeres y personas con identidades femeninas en las tareas cotidianas en general y en los vínculos con los pares en el trabajo. También hablamos sobre las estrategias que nos damos frente a esas dificultades, en el marco de lo cual identificamos las herramientas particulares que nos ofrece el cooperativismo como ideario y como práctica. En pocas palabras: la dinámica de organización previa como la de la misma jornada de preencuentro consistió en poner en práctica la forma participativa y democrática que buscamos en nuestros ámbitos.

 

Desafíos del movimiento cooperativo en perspectiva de géneros

A continuación, compartimos una enumeración de las dificultades y los desafíos con que nos encontramos hoy en el mundo de las organizaciones cooperativas, de acuerdo a lo que surgió en el preencuentro. Lo primero que saltó a la vista es la desigual participación de varones y mujeres en los órganos de gobierno de las cooperativas y federaciones, especialmente en los Consejos de administración. La desproporción entre cantidad de mujeres asociadas y de mujeres integrantes de Consejos es notoria. En esos mismos órganos, las presidentas son las menos. La prácticamente ausencia de compañeras trans o travestis aquí es igualmente destacable. Es importante asumir que esta desigualdad en el ejercicio de derechos de participación es un déficit grave en el cumplimiento de los más fundamentales principios y valores cooperativos, que genera también vacíos de representatividad en las medidas y en las decisiones de esos organismos.

Un tema crucial –asociado al anterior– es que se reproduce la privatización de la economía de cuidado. Es decir, las tareas de cuidado recaen como un problema individual en los hogares, y dentro de ellos en las mujeres, lo que sobrecarga ampliamente sus jornadas de trabajo. Todo ese tiempo de trabajo no remunerado resulta para las mujeres en una muy reducida o nula disponibilidad de tiempo para su propia formación, ocio, participación política y cuidado propio. Esto explica en gran parte la menor participación de las mujeres de las actividades de la cooperativa, especialmente las vinculadas al gobierno. El problema se agrava cuando consideramos que, aun si en ocasiones se reconoce esta cuestión, se considera como un problema privado de cada mujer. El contexto político actual de ajuste en salud y educación empeora el cuadro: por mencionar algunos ejemplos, la baja de pensiones para discapacitados, la falta de vacantes para niños y niñas en jardín, la reducción de servicios de PAMI se traduce automáticamente en más horas de trabajo de cuidado que –de modo gratuito e invisibilizado– realizan las mujeres. La sobrecarga de tareas de cuidado para las mujeres y la consecuentemente desigual disponibilidad de tiempos entre varones y mujeres impacta también en los procesos de trabajo en las cooperativas, y su correspondencia respecto de las retribuciones. Así, por ejemplo, en las cooperativas de trabajo, existen casos donde los sistemas de puntos premian las horas extra o las horas dedicadas al estudio sin tener en cuenta esta dimensión, que reproduce y refuerza las desigualdades de género.

Las organizaciones de la economía social y solidaria tampoco están exentas de otras formas naturalizadas de discriminación que obedecen también a la división sexual del trabajo, y que redundan en una repartición arbitraria e injusta de las tareas. Mencionemos tres de ellas. La primera es la asignación mayoritaria a mujeres de las tareas administrativas consideradas como asistenciales o auxiliares, de asistencia y servicio para con otro rol siempre más importante que el de ellas. Aquí la discriminación es doble: por un lado, porque se les asignan a las mujeres roles considerados secundarios, pero, además, muchas de esas tareas consideradas asistenciales son en verdad importantes asuntos que hacen a la gestión de la empresa cooperativa, y que requieren de determinados saberes teóricos y prácticos para su buen desempeño. Por otro lado, se asocia a las mujeres con un rol servicial. Tomar nota en una reunión, preparar el café, labrar las actas, o limpiar y ordenar los espacios comunes son situaciones frecuentes en las que las compañeras ponen su tiempo y trabajo a disposición para servir a otros, y asumen tareas del común sin un reconocimiento acorde.

Finalmente, en lo relativo a la división sexual del trabajo, predomina la asignación a mujeres de las tareas de educación (considerada culturalmente una extensión de la supuesta esencia innata maternal de las mujeres). Es claro que se confía aquí mucha responsabilidad dada la importancia de esta tarea. Sin embargo, esto no se corresponde con la asignación presupuestaria a estas actividades ni con la toma de decisiones respecto de las políticas y de las estrategias de las organizaciones.

Inmerso en este mundo patriarcal, el universo de la economía social y solidaria también padece otras formas de la desigualdad más groseras, pero igualmente naturalizadas e invisibilizadas. Son las que tienen que ver con la directa discriminación de las mujeres e identidades diversas, desde las formas más sutiles hasta las más marcadamente violentas: subestimación de la palabra de las mujeres (por asumirlas más irracionales, más infantiles, más ignorantes), hasta los tratos invasivos del cuerpo y otras formas de la cosificación. Esto genera que las opiniones de las mujeres resultan degradadas frente a las de los varones, lo cual también las disuade de participar. La minoría o directamente la ausencia de compañeras trans y travestis en las cooperativas que no son conformadas específicamente por asociades de la comunidad también habla de una exclusión seria. En el extremo, el acoso es un problema que se intensifica cuando va de la mano de la inacción institucional, el silencio cómplice o la “privatización” del problema.

Todas estas formas de la desigualdad, la discriminación y las violencias están íntimamente relacionadas entre sí y en la práctica se refuerzan unas a otras. Por ejemplo, la privatización de la economía de cuidado difícilmente se cuestionará en un Consejo integrado mayormente por varones. O bien, en caso de que las mujeres accedan a esos espacios, será difícil la permanencia cuando su palabra y su persona son de diversas formas subestimadas y atacadas. Si además le sumamos la típica ridiculización o subestimación de las reivindicaciones de género, el panorama se complica aún más.

Como corolario, podemos decir que, aunque las consignas de debate del preencuentro referían a los espacios de trabajo cooperativos, inevitablemente se “colaron” las experiencias del ámbito doméstico. La consideración de esta esfera sigue siendo ineludible para el análisis y la elaboración de prácticas transformadoras en la cuestión que nos ocupa. Queda claro que cuando miramos con nuestros propios lentes de mujeres algunas divisiones típicas de la economía tradicional quedan obsoletas y dificultan la posibilidad de transformación. La separación entre lo productivo-laboral y lo reproductivo-doméstico no se corresponde con nuestras realidades y, además, las invisibiliza. Una vez más resuena la consigna ya clásica del feminismo que dice “lo personal es político”.

 

Estrategias para la transformación. Una agenda para las mujeres cooperativistas

Durante el preencuentro nos dedicamos también a poner en común una serie de estrategias (muchas ya en curso) para lograr transformaciones en un sentido de mayor de justicia y de igualdad en la diversidad. La primera de ellas es la de delinear una agenda común para implementar en nuestras propias organizaciones y difundir en nuestro movimiento. Algunos puntos surgieron en la misma actividad, y los enumeramos a continuación.

 

  • Participación igualitaria en la toma de decisiones

Garantizar una participación igualitaria en la toma de decisiones, a partir de la integración representativa en los Consejos y ámbitos de gestión. Acciones de fomento de la participación y la discriminación positiva pueden lograr avances. La revisión de las modalidades, tiempos, horarios en que esos espacios se disponen también es necesaria. (Podríamos decir aquí, a modo de digresión, que la presencia de una mujer en un espacio de poder no garantiza la incorporación de la perspectiva de género. Y eso es cierto. Tan cierto como que la perspectiva de género debe ser asumida por todos y todas los y las que ocupan espacios de poder como una responsabilidad ética y política. Pero hay que decir también que los cuerpos tienen identidad, historia y memorias de resistencia. Por eso no da lo mismo la presencia o ausencia de mujeres, lesbianas, trans y travestis en esos espacios. Su ausencia o minoría allí es un déficit grave en la democracia de las organizaciones, y evidencia, a la vez que reproduce, una desigualdad. Un cantito frecuente en las marchas feministas, muy elocuente en este punto, dice: “Si el papa fuera mujer, el aborto sería ley”.)

 

  • Erradicar la violencia de género

La elaboración de protocolos de acción ante casos de violencia es una buena forma para “desprivatizar” el problema y resolverlo con criterios colectivamente acordados. En este mismo plano, debe garantizarse el trato no discriminatorio en las reuniones y asambleas, para que todas las voces circulen y sean igualmente escuchadas.

 

  • Asignación no discriminatoria de tareas

Romper con la división sexual del trabajo y promover la asignación de tareas de modo no discriminatorio y colectivamente decidido, para evitar la reproducción de la división sexual del trabajo, a la que nos referimos más arriba.

 

  • Asumir el cuidado como una dimensión clave de la economía

Visibilizar y desprivatizar las responsabilidades de cuidado, asumirlas colectivamente y dar también la batalla cultural para la democratización de los hogares. Es fundamental reconocer en el cuidado una esfera fundamental de la economía, y romper con la falsa división entre “productivo” y “reproductivo” a la hora de pensar nuestras organizaciones. En esa misma línea, es importante revisar las formas de regulación del trabajo y sus retribuciones en las cooperativas.

 

  • Formación y educación

Integrar en las actividades de formación de las entidades la cuestión de género, como un elemento propio de la misma educación cooperativa. En la misma línea, se propuso dar debates internos en los espacios de trabajo que den lugar a la visibilización de las desigualdades en la distribución de tareas, así como de las diversas formas de la violencia de género.

 

  • Promoción de espacios de fortalecimiento

Promover la participación de las compañeras en espacios de fortalecimiento propios (como los comités de género), y promover sus vinculaciones con espacios similares por fuera de la propia entidad, como los encuentros nacionales de mujeres. Por último, consolidar también los espacios de sociabilidad de mujeres, lesbianas, trans y travestis para fortalecer los lazos de confianza, compañerismo y sororidad. En el mismo sentido, es importante que los compañeros varones participen y creen espacios de reflexión sobre las masculinidades y sus privilegios.

 

  • Comunicación no sexista

Internalizar y fomentar el lenguaje inclusivo no sexista. Elaborar criterios no sexistas para la producción, comunicación y publicidad. Evitar la promoción de consumos estereotipados, y de la misma forma evitar los recursos sexistas del marketing, tales como los descuentos en consumos de productos de limpieza y “belleza” para mujeres, como la cosificación de mujeres (al estilo de “promotoras”) en los eventos institucionales.

 

  • Transversalidad

La importancia de asumir la mirada de géneros como una perspectiva transversal a toda la organización y, en ese plano, que los compañeros varones se involucren y se comprometan en los procesos de formación y acción. No se trata de un tema de mujeres, sino de un problema que implica a toda la sociedad y a nuestras organizaciones.

 

También se remarcó que, habiendo seguramente muchos caminos posibles, lo más importante es la voluntad política de erradicar y desnaturalizar toda forma de violencia y discriminación sexo-genérica. Esto significa darle a la problemática un lugar central en la agenda de Consejos y demás espacios de toma de decisiones. Pues se trata no solo de imaginar un mundo más justo e igualitario, sino de ir construyéndolo aquí y ahora. En ese plano, no alcanza con hacerlo desde parámetros de la sociedad existente, patriarcal, sino que es necesario instalar la idea de que es ese mismo patriarcado el que está en cuestión. Además del trabajo que las mujeres, lesbianas, trans y travestis tenemos para dar al interior del movimiento y en cada uno de los espacios que habitamos, también se planteó como necesario que el Estado profundice las políticas públicas que atañen a la cuestión de género, e incluya esta mirada especialmente cuando se discuten políticas públicas sobre la economía social y solidaria.

En cuanto a nuestros posicionamientos y acciones como mujeres, se habló de la importancia de tomar nosotras mismas la iniciativa para la participación y toma de la palabra. De “pasar a la acción” y ocupar lugares “sin estar pidiendo permiso” y confiando en nuestras capacidades. También se remarcó la importancia de reconocernos entre nosotras y siempre avanzar colectivamente, acordar con otras, buscar sumar y nunca solas, y destacar la importancia de lo colectivo para la construcción de la autoestima. Acerca de las tareas que realizamos, nosotras mismas visibilizarlas y jerarquizarlas, cuando las realiza una misma y cuando las realiza otra compañera.

Por último, seguir alimentando y construyendo el movimiento de mujeres e identidades femeninas y diversas. Contamos para esto con las herramientas de nuestras organizaciones cooperativas, que son además los lugares que nos toca ocupar en esta historia. Desde acá mismo, a nosotras nos cabe hoy promover esta transformación. Porque si no somos nosotras… entonces ¿quiénes?

 

Cooperativas y demás organizaciones de la economía social y solidaria: herramientas para la transformación

En el mismo preencuentro, también identificamos que el cooperativismo transformador, por su concepción ideológica y por sus prácticas particulares, nos ubica en un sector privilegiado de la sociedad para desmontar las condiciones de desigualdad. La experiencia cooperativa ayuda a desarmar las dinámicas patriarcales de poder ya que habilita (si queremos) a pensar a contramano del sentido común. Nuestras entidades, desde la concepción y la práctica de la autogestión, tienen vocación contrahegemónica y promueven prácticas alternativas al status quo.

En primer lugar, la propia concepción de la economía social y solidaria pone en el centro las necesidades de las personas, consideradas en su integralidad. Así, partiendo de una economía que se orienta a la vida humana, es más factible cuestionar la artificial división entre lo productivo y lo reproductivo. A la vez, la idea de que es el trabajo humano el que crea valor –y no la dinámica mercantil– es perfectamente coherente con el reconocimiento del valor económico de todas las tareas de cuidado.

En segundo lugar, la economía social y solidaria coloca a la igualdad y la democracia como un valor y como una aspiración en la práctica. La transparencia de las decisiones y la información, así como la circulación de la palabra, ya están en alta estima. En nuestro movimiento, hay práctica desarrollada para reconocer lo que es común, y abordarlo colectivamente, junto con una mirada particularmente sensible para ver las desigualdades, así como unas referencias ético-políticas para hacerse cargo de ellas. Las entidades de la economía social y solidaria cuentan con un entrenamiento de espacios colectivos de reflexión sobre la práctica y de toma de decisiones a partir del debate y de la búsqueda de consensos, que los considera como un medio para lograr la distribución justa de las responsabilidades, de los roles y de la riqueza. Además, contamos con una herramienta imprescindible para estas luchas y estos tiempos que es la posibilidad de articularnos y generar redes de integración solidarias. La autogestión, el cooperativismo y la acción feminista son en colectivo. Solo así generaremos empoderamiento para nosotres y para otres.

En cuanto a los valores y a los principios cooperativos, estos no resuelven por sí mismos la desigualdad de género, pero son definitivamente unas herramientas clave para una nueva construcción más justa e igualitaria en lo relativo al género. Lo mismo le cabe a la práctica de balance social cooperativo, desde donde también se puede evaluar la cuestión de género en las organizaciones. Y, asimismo, se puede remarcar que mientras desde el cooperativismo propiciamos el desarrollo de espacios para debatir, preguntarnos y transformar nuestras propias realidades, también construimos herramientas concretas para el sostenimiento económico de todas aquellas personas que por su identidad de género u orientación sexual son discriminadas o excluidas del mercado de trabajo.

Finalmente, desde el movimiento cooperativo contamos desde el año pasado con una herramienta institucional más que interesante: el “Pacto cooperativo por la no violencia de género”. Ligeramente mencionado más arriba, se trata de un compromiso promovido por Cooperar, y firmado también por el Consejo de Administración del IMFC en septiembre de 2017. Este manifiesta la voluntad política de nuestras federaciones de erradicar la violencia de género, a la vez que legitima otras reivindicaciones. El acta invita a las entidades firmantes a comprometerse en nueve puntos:

 

  • Compromiso I: condenar la violencia de género en todas sus manifestaciones, expresando públicamente nuestro rechazo, sabiendo que es un atentado contra la integridad y dignidad de las mujeres y que, como tal, debe ser considerado socialmente inaceptable.
  • Compromiso II: fomentar una actitud crítica, solidaria y comprometida de todos los asociados y asociadas frente a situaciones de violencia impulsando la participación de todos y todas en su erradicación.
  • Compromiso III: promover la participación de mujeres en los órganos de conducción y fiscalización de las entidades e incorporar la perspectiva de género de manera transversal a la vida institucional.
  • Compromiso IV: involucrar a todos los consejeros, asesores y funcionarios de la entidad, poniendo a su disposición herramientas de apoyo, formación, asesoramiento e información para que sepan cómo pueden prestar su ayuda a las mujeres víctimas de agresiones, y a las hijas e hijos a su cargo.
  • Compromiso V: informarse y poner a disposición de las asociadas y asociados protocolos y procedimientos locales para la concientización, prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres, articulando para esto los medios necesarios con el estado local.
  • Compromiso VI: peticionar en nuestras comunidades el cumplimiento del Plan Nacional de Acción para la Prevención, Asistencia y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres impulsado desde el Consejo Nacional de las Mujeres.
  • Compromiso VII: promover desde nuestros medios de comunicación (página web, redes sociales, cartelera de novedades, facturación, etc.) el número gratuito para denuncias (144) sumándonos a la campaña “Cooperar contra la violencia”.
  • Compromiso VIII: realizar al menos una vez al año una acción de sensibilización sobre la violencia de género.
  • Compromiso IX: dar difusión al Pacto Cooperativo por la no Violencia de Género y a la firma de la presente acta de compromiso.

 

El mismo pacto toma la definición de la ley Nº 26.485/2009 que define la violencia contra las mujeres como:

 

toda conducta, acción u omisión que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, como así también su seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el Estado o por sus agentes. Se considera violencia indirecta, a los efectos de la presente ley, toda conducta, acción omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón.

 

Como pivote para este tiempo, proponemos utilizar este pacto como herramienta lograda, e instituirla a través de un proceso democrático, participativo, educativo y transformador. Desde aquí, es indispensable también implementar un protocolo de actuación ante situaciones de violencia, involucrar a más mujeres y a más varones para cumplir el pacto y así superar sus pisos mínimos establecidos. El propio texto del pacto explicita la necesidad del compromiso de todos y todas para producir el cambio cultural necesario, y también se afirma que las cooperativas pueden tener en esto un rol protagónico. Se aspira con esta herramienta a sumar al movimiento cooperativo a este cambio, así como a sensibilizar y comprometer al conjunto de asociados y asociadas de las entidades en acciones concretas para lograr una convivencia en igualdad y respeto a las personas.

 

Haciendo camino juntas nos vamos emancipando

Como decimos más arriba, nos sentimos orgullosas continuadoras de todas las que vinieron antes que nosotras, que levantaron en sus lugares, en sus tiempos y a su manera las mismas banderas. Y al mismo tiempo sentimos que esto recién empieza. Vemos una enorme potencialidad en nuestra identidad de mujeres cooperativistas, como una usina de pensamiento y acción transformadora al interior del movimiento y para nosotras mismas. Nos embarcamos en un proceso largo, ambicioso y también pedregoso, pero sabemos que no hay vuelta atrás y que se trata de una oportunidad histórica.

Como practicantes y promotoras de otra economía, nos toca especialmente la cuestión de la división sexual del trabajo, la de la falsa división entre producción y reproducción que engrosa la acumulación de capital a partir de la explotación del trabajo no remunerado, de los tiempos y de la dedicación de las mujeres al cuidado y a las tareas domésticas. Para el cooperativismo como forma de vida, esta discusión sobre la organización de la domesticidad y la vida de modo democrático es nodal y debemos profundizar el estudio de todas sus aristas. ¿Quién cuida? ¿Cuáles son los tiempos de los que disponemos las compañeras para participar de la vida política y de las decisiones estratégicas sobre la producción? Las asistentes al preencuentro también dieron cuenta de la inmensidad y de la diversidad de experiencias que integran la economía social y esa era también la idea de la convocatoria. El cooperativismo no es solo una forma de organizar la economía, sino una forma de vida. El consumo, la producción, el cuidado, todo eso es el cooperativismo transformador y una de sus potencialidades es hacerle frente desde allí también a la opresión patriarcal.

Ahora bien, si el cooperativismo da muchas herramientas para la emancipación, también hay que trabajar para emancipar al cooperativismo. Pues afirmarse como organización emancipadora no libera de las jerarquías de género, de los machismos ni de las violencias. De hecho, hoy todavía la violencia, la discriminación y las desigualdades por género debilitan nuestras propias organizaciones. Y su erradicación puede consolidarnos como movimiento y fortalecernos para dar hacia afuera las batallas que haya que dar, especialmente en un contexto adverso como el presente. Es necesario construir identidades cooperativas contemporáneas –en plural– que, además de afirmarse en los valores y principios, den lugar a profundizar los debates como los tratados en el preencuentro y sumen nuevxs cooperativistas a la lucha por un mundo mejor. El propio preencuentro fue muy movilizante porque nos permitió poner en común lo que nos pasa, aprender de las otras, saber que no estamos solas y pensar herramientas para trabajar los desafíos que tenemos en cada uno de nuestros ámbitos. Incluso, hubo muchas compañeras de otras cooperativas que participaron por primera vez de un espacio con estas características, y que lo trabajado y visibilizado en el preencuentro lo llevaron luego a sus propias organizaciones.

El espacio de mujeres cooperativistas aporta a una lucha que busca mejorar las condiciones de vida de todas las identidades femeninas y diversas, y además lo hace atendiendo a los múltiples posicionamientos políticos y partidarios que podamos tener, así como a las diversas formas de participación que podemos darnos. Nos tenemos, y al sabernos como un colectivo y estar aunadas en las necesidades, los deseos y los intereses, nos volvemos menos vulnerables.

Por otro lado, dada su transversalidad, la visión de géneros afecta lo que pasa en casa y en la escuela, en la calle, en la cooperativa, en el baño y en la cocina, en el mercado y en el flujo de migraciones globales, en el club barrial y en el sistema electoral nacional, en el trabajo, y durante el fin de semana. Por eso decimos que, con las cuestiones de género, como con cualquier otra cuestión política, no se puede ser neutral. Decir “soy apolítico/a” es un absurdo, pues tal afirmación implica ya un posicionamiento político con consecuencias. En temas de género sucede lo mismo: la neutralidad ante las situaciones injustas se parece bastante a la injusticia. En este sentido, la democratización de los espacios de trabajo no es tal si no tiene lugar una democratización de las relaciones entre los géneros, es decir, una profunda revisión de las jerarquías sociales y los privilegios existentes.

La revitalización del movimiento feminista en Argentina en los últimos años también ha sido resultado de la toma de consciencia (que siempre es con otrxs) de las manifestaciones más cotidianas del machismo y de su identificación con formas de violencia patriarcal instaladas. La posibilidad de desnaturalizar las violencias desde sus formas más arraigadas y habituales abre una dimensión de la politicidad diaria a cada momento, en cada lugar, en cada una de las palabras que utilizamos, que se amalgama y visibiliza para el “gran público” en las concentraciones convocadas ante casos resonantes de violencia o en las fechas emblemáticas para el movimiento de mujeres. Pero que late en la cotidianeidad, cuando nosotras mismas nos reconocemos reproductoras de los machismos en lo doméstico; siempre junto y atravesado en nuestras otras esferas de expresión en lo generacional; como diferencia y también como continuidad, al espejarnos en formatos antiguos que se revisten de modernidad, y cuando dimensionamos la responsabilidad que tenemos respecto de los niños y niñas que criamos.

Y todavía hay más. Porque estamos convencidas de que los feminismos tienen una potencia democratizante que fortalece a todo el campo popular. En primer lugar, esto se debe a las lógicas democráticas con que se construyen los feminismos, que promueven la circulación de la palabra y la transparencia de la información, que privilegian la horizontalidad, la cooperación y la práctica de unidad, que fomentan el empoderamiento por vía de la autogestión –siempre de modo colectivo–, que priorizan las salidas comunes por sobre las individuales, y que fomentan la movilización de los cuerpos para ocupar la calle y para expresar una diversidad de voces.[14]

En segundo lugar, en este contexto particular de un Gobierno para pocos –en sintonía con la tendencia global de concentración de la riqueza y la mercantilización de la vida–, la conocida afirmación desde la militancia de género que dice “lo personal es político” presenta batalla de modo contundente contra quienes quieren privatizar la vida social, promover el apoliticismo y el aislamiento individualista.

En tercer lugar, es transformador el señalamiento que ya remarcamos de la enorme sobrecarga de tareas de cuidado que recae sobre las mujeres, quienes las realizan de modo gratuito e invisibilizado, sin que siquiera sean consideradas “trabajo”. Así –en sintonía con la economía social y solidaria– pone sobre la mesa que es el trabajo humano el que crea valor, y no el capital, y postula que la economía bien entendida debe orientarse a la vida y a la satisfacción de las necesidades de todas las personas, y no a la acumulación mercantil o financiera de por sí.

En otras palabras, los movimientos de mujeres y personas LGTTBIQ trascienden las reivindicaciones particulares de un grupo social. Más bien presentan una mirada desde abajo, a contrapelo, que surge aquí y allá desde los márgenes de los diversos ámbitos de la vida social y que presenta una gran fuerza contrahegemónica y transformadora. De cualquier forma, es difícil tener certezas sobre el punto de llegada, pero damos por seguro que al andar este camino nos vamos emancipando.

 

[1] Licenciada en Comunicación Social, asistente editorial de Revista Idelcoop, socia de la Cooperativa de Trabajo Fábrica de Ideas. Correo electrónico: analaulopez@gmail.com.

[2] Licenciada en Sociología, doctora en Ciencias Sociales, investigadora (CONICET, Instituto de Investigaciones Gino Germani, UBA), coordinadora del Espacio de Géneros CCC. Correo electrónico: aguilarpl@gmail.com.

[3] Licenciada en Sociología (UBA) y doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Becaria doctoral del CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani e investigadora del Centro Cultural de la Cooperación. Docente de la carrera de Sociología y del Ciclo Básico Común (UBA). Correo electrónico: denise.kasparian@gmail.com

[4] Docente. Colaboradora del IMFC Filial Córdoba. Secretaria de Educación Cooperativa de la Comisión de Asociados de la Filial 100, Córdoba Capital. Correo electrónico: julia.villafane@gmail.com

[5] Licenciada en Ciencias de la Educación con especialización en Géneros, sexualidades y educación. Diplomada en derechos humanos y diversidades sexuales; y violencia de género. Docente capacitadora en Educación Sexual Integral. Correo electrónico: ramosgabrielaa@gmail.com.

[6] Licenciada y profesora en Ciencias de la Educación (UBA), magíster en Administración Pública (UBA). Ha sido docente investigadora y trabajadora del sector público, integrante de la Fundación de Educación Cooperativa Idelcoop. Lidera el equipo de trabajo del Instituto Universitario de la Cooperación. Correo electrónico: vboronat@idelcoop.org.ar.

[7] Técnica en Administración de Cooperativas y Mutuales, diplomada en Economía Social, militante y dirigente cooperativista, presidenta de la Secretaría de Género de Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. Correo electrónico: imfcgaitan@gmail.com.

[8] Coordinadora del Departamento de Economía Social, Cooperativismo y Autogestión del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. Correo electrónico: valemutu@gmail.com.

[9] Profesora en Historia (UBA), secretaria de investigaciones del CCC “Floreal Gorini”, docente e investigadora de Idelcoop. Correo electrónico: gabrielanacht@gmail.com.

[10] Ver http://www.abortolegal.com.ar, página oficial de la campaña nacional por el aborto legal, seguro y gratuito, emergido de los encuentros nacionales de mujeres realizados en Rosario y Mendoza en 2003 y 2004, respectivamente.

[11] Ver en: http://encuentrodemujeres.com.ar/historia-del-encuentro, última fecha de acceso: XXX.

[12] Ídem.

[13] “Año Internacional de la Mujer. Declaración del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos SCC”, en: Revista Idelcoop. Nº 5/6. Buenos Aires, 1975.

[14] Por su parte, las típicas formas patriarcales del poder se caracterizan por el verticalismo, el secretismo, la exclusión, las jerarquías, la disciplina y –en algún sentido– la propiedad de los cuerpos y de las personas.